miércoles, 24 de septiembre de 2008

El complejo de patrón



“Hay que aprovechar siquiera en tiempo de elecciones cuando los de billete vienen a visitarnos”. “El es millonario, no tiene para qué robar”. “Que robe pero que haga obra”, declaraba en un canal de televisión un habitante del suburbio de Guayaquil que lucía una camiseta de Alvaro Noboa candidato del PRIAN.
Recordé a Jorge Icaza y su libro Huasipungo, en el que el gran escritor ecuatoriano describe como el hacendado Alfonso Pereira, dueño de la hacienda de Cuchitambo, repartía los socorritos: “Los socorros, era una ayuda anual (una fanega de maíz o de cebada) que, con el huasipungo prestado, los diez centavos de la raya (diario nominal en dinero) -dinero que nunca olieron los indios, porque servía para abonar, sin amortización posible, la deuda heredada por los suplidos para las fiestas de los Santos y las Vírgenes de taita curita que llevaron los huasipungueros muertos- constituían la paga que el patrón daba al indio por su trabajo”, y me pregunté: ¿Será que los ecuatorianos somos ingenuos electores con buenas intenciones condenados por siempre a elegir entre la civilización y la barbarie, entre la ignorancia y la mediocridad, entre lo pésimo y lo menos malo?
En mi apreciación la raíz de este comportamiento social estaría en nuestra incultura política, en nuestra frágil memoria colectiva que con nuestra apatía deja vía libre al clientelismo electoral y a la corrupción, y en lo que he dado en llamar: el complejo de patrón.
Patrón, según el diccionario académico de la lengua española, es el patrono, el dueño de casa donde uno se aloja, es el amo, el señor. Psicoanalíticamente hablando, el complejo de patrón es un retorno a lo reprimido de un de un Yo fracturado carente de identidad, que se debate entre la negación, la resignación, el conformismo y el arribismo. Basta detenerse a observar en como nos comportamos a la hora de tomar decisiones trascendentales como es votar para los cargos de elección popular y en las formas de relación entre la autoridad, la institucionalidad, el servicio público, etc, con el ciudadano de a pie.
En el Ecuador, éste complejo esta presente en todas las clases sociales, pues todos, (fieles a la ley del menor esfuerzo) aspiran algún día en ser parte del poder y convertirse en mandamás, aunque solo sea como comisario municipal, teniente político o chapa de esquina.
“Para ser político hay que ser sabido, hay que ser sapo”, es una expresión ecuatoriana muy común. En el imaginario social se presupone que la ecuación entre política y corrupción es la mejor forma y la mas fácil de salir de la pobreza, cuyo resultado será ser reconocido y ascender en la escala social.
En las altas esferas del poder político, el complejo de patrón sale a flote, por eso de que en la guerra como en la política todo es válido y más si se trata de repartirse la troncha, según afirman la mayoría de políticos ecuatorianos. Todo se vale: el camisetazo, la trinca, la componenda, el pacto de la regalada gana para negociar golpes de estado democráticos, las aplanadoras congresiles, las mayorías móviles y los diputados de alquiler para aprobar leyes que beneficien a políticos, banqueros y empresarios del círculo íntimo, y controlar los poderes del estado y los organismos de control. Para ello, ciertos partidos políticos en el Ecuador han gestado maquinarias electorales, encuestadoras y empresas de sondeos de opinión que, orquestados por los grandes medios de comunicación crean en el imaginario social: Mesías benefactores, salvadores asistencialistas y pseudopopulistas de extrema derecha.
Hace poco años atrás, la iglesia direccionaba desde el púlpito a los electores instándolos a que votasen por los autodenominados partidos cristianos. Los candidatos iban a las comunidades rurales a comprar literalmente la votación mediante fundas de arroz, azúcar, avena, gorras y camisetas. Hoy los candidatos siguen utilizando esta vieja práctica que no deja de ser menos efectiva, repartiendo a diestra y siniestra: comestibles, electrodomésticos, computadoras y dinero en efectivo, a fin de capturar la voluntad de los electores, dejando de lado la presentación de un plan de gobierno y el debate, y privilegiando la chequera.
Nuestra respuesta frente al complejo de patrón y a la incultura política es involucrarnos activamente en la vida política nacional. Considerar a la política como la ética revolucionaria de servir al Otro y no de servirse de ella para fines individuales. Quizá, solo así dejaremos de pedir socorritos y de tener que elegir siempre al mal menor.
José Villarroel Yanchapaxi

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