Una de las creencias populares del Ecuador es el llamado mal de espanto o enfermedad de las ánimas. Afecta a niños y adultos aunque es mas frecuente que los primeros estén más dispuestos a esta dolencia. Generalmente ocurre cuando se ha tenido una mala impresión, una alteración nerviosa, cuando se estuvo a punto de ahogarse o cuando un espíritu maléfico ha sido visualizado por la victima. Se dice que los guaguas tiernos, los niños y los perros tienen la sensibilidad mas afinada y por tanto pueden distinguir a una alma en pena o presentir que alguien va a morir y está “recogiendo sus pasos”. Estos espíritus preferentemente habitan casas abandonadas, o viven en matas de espinas añejas. En tiempo de difuntos (2 de Noviembre), las personas no pueden salir de sus casas pasadas las doce de la noche, porque es la hora en que los espíritus de los muertos salen a recorrer las calles llevando látigos para azotar a las personas que encuentra.
Hay dos variantes del espanto: el de agua que es cuando un niño cae a una acequia, éste es mortal porque el espíritu se va en el aguas, y el seco debido a un espanto improviso por un ruido oído.
Los síntomas son: temperatura alta, disentería, vómito, falta de apetito, enflaquecimiento y el niño, terrores nocturnos (se despierta gritando y llorando a media noche) anda como asustado, temeroso de todo, decaído, no se halla seguro en ningún lugar, se pueden presentar fobias a animales como las cucarachas.
La curación de este mal puede ser hecha por una persona de edad que tenga carácter fuerte, la cual procederá a recoger flores blancas y rojas como claveles, rosas, floripondios, malvas, así como ruda, santamaría, chilca, altamisa,etc. Se hace humiar con inciensos dulces la habitación donde está el enfermo, se procede a desvestirlo y se frota con colonia, éter y las hierbas sobre todo el cuerpo diciendo: “viernes y martes, que salga el espanto, shugshi, shugshi, shugshi”, luego se señala en la frente, las palmas de las manos, los pies y el corazón con una cresta de un gallo previamente sacrificado, la cual se colgará al cuello del niño, procediéndose a vestir al niño con ropa roja. Al terminar, se retribuirá económicamente y voluntariamente al shamán, el cual será el encargado de tirar en una acequia o en un río los restos de la curación no sin antes haber hecho escupir sobre ellos al enfermo por tres ocasiones.
José Villarroel Yanchapaxi
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