miércoles, 24 de septiembre de 2008

¿Hijos de la Malinche o Huayrapamushcas?



Cuando la realidad no puede ser aprehendida aparece el mito como una forma de simbolizar el pasado. El mito de la Malinche emplaza el conflicto aún no resuelto de la identidad. Su nombre indígena fue Malinalli, el nombre de un día en el calendario Azteca representado por un junquillo retorcido. Los indígenas se referían a ella como Malintinzin y al ser bautizada se la llamó Doña Marina.
Su drama es aparecer como víctima o traidora, como intermediaria, traductora e intérprete de los conquistadores españoles y simbolizó el objeto del intercambio exogámico. Fue una esclava a la que Hernán Cortez ofreció liberar a cambio de ser su heralda y secretaria y aparentemente ella estaba feliz de ser su amante e informante nativa. Tuvieron un hijo a quien llamaron Martín Cortez el cual nació de una “india”, de una madre “innombrada” a quien el padre legitimó por decreto papal. Algunas tradiciones populares hasta hoy las asocian con la Virgen María y la mítica llorona.
La historiadora indígena Alva Ixtlilxochitl sostiene que ella era la encargada de predicar el cristianismo y de hablar a los indígenas del Rey de España y que cumplió un papel decisivo en la consumación de la conquista española. Cortéz la escogió como “puente” por sus habilidades de lingüista pues conocía la lengua de Guayzacualco y Yucatán además de que aprendió el español en pocos días.
Es el mestizaje lo que separa a América Latina de otras aventuras coloniales. Los cronistas españoles intentaron transformar a la Malinche en el adalid simbólico del “encuentro de dos culturas” pero por otra parte los historiadores mexicanos la erigieron como el chivo expiatorio y en la mujer más detestable de las Américas.
En México, ser hijo de la Malinche es ser hijo de la chingada, el hijo bastardo de una mujer violada del “Laberinto de la Soledad” de Octavio Paz y su fantasma sigue obsesionando a escritoras como Rosario Castellanos, Elena Garro y Elena Poniatowska en ese imperativo de conquistar a través de la seducción.
En la construcción del imaginario de la identidad ecuatoriana, hay elementos concordantes con el mito de la Malinche pues nuestra nacionalidad igual que la mexicana se construyó por imposición, burla y despojo. El conflicto de los criollos, de los hijos de españoles nacidos en la Real Audiencia de Quito, pervive en el inconsciente como trauma de “ablancamiento”, añorando a la “Madre Patria” y aborreciendo el componente indígena que nos hace mestizos, viviendo una identidad “fraudulenta” fundada a partir de una línea imaginaria (la línea ecuatorial) lo que representaría que ser ecuatoriano es también ser “huayrapamushca” (hijo del viento).
Ser hijo del viento significa un desplazamiento y una condensación en el sentido psicoanalítico, mecanismos de defensa que no hacen desaparecer la añoranza, sino que la resignifican porque somos también “hijos del sol” lo cual determina que en nuestro origen existen raíces de reconocimiento tan necesarias para la construcción de la individualidad.
Ser hijo de la Malinche o Huayrapamusca tal vez signifique ser un hijo no deseado, pero es también ir reconociéndose como tal en la construcción y la afirmación de una identidad ecuatoriana para hacerle frente a la discriminación por fuera de la maldición de la Malinche y la bastardización.
José Villarroel Yanchapaxi

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